Es dentro de estos ciclos donde aparecen Irina Ionesco (Rumanía, 1935) y Joel Peter Witkin (Brooklyn, Nueva York, 1939), fotógrafos iconoclastas, emparentados implícitamente con Crisóstomo Méndez, como se percibe, pertenecen a entornos distintos, sin embargo los une el hilo invisible de lo sórdido, que en el caso de Irina, la condujo a elevar a su propia hija Eva al grado de ídolo sexual a una edad muy temprana, con las consecuencias previsibles, escándalos internacionales y censura que siguen perturbando a muchos, pero fascinado a muchos otros, tal es el caso de la sociedad japonesa, donde se le rinde una especie de culto exacerbado, sacrílego y fetichista.
Joel Peter Witkin representa un intento transgresor, enfocado hacia una sociedad perfeccionista como la norteamericana, mostrándonos la belleza de lo efímero, la corrupción corpórea como elemento visual central, con el cual fustiga a las buenas conciencias, intoxicadas de un puritanismo hipócrita, una doble moral que niega lo que Witkin plasma bajo el velo protector del arte, algo que no pudieron lograr algunos de sus antecesores, como Mapplethorpe o Sturges (por cierto, considerados en la actualidad como maestros de la fotografía, satanizados y censurados en su tiempo).
Manolo Espinosa
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